Queridos lectores:
Me complace publicar en esta vuestra página el primer capítulo de mi novela
Auto de Fe. Os doy permiso para compartirla con quien queráis con la condición de que quede clara mi autoría.
La novela versa sobre la ficticia posibilidad de tener una
Inquisición en el siglo XXI en España. El
Santo Oficio, como también se le conocía, continúa juzgando herejías en la España actual.
Muchas gracias y un saludo a todos.
Os pego aquí debajo el capítulo:
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AUTO DE FE
CAPÍTULO 1
Cuando el desdichado Heriberto Moria entró en el tribunal
del Santo Oficio aquel lunes a las 8.30 de la mañana, supo que quizás no
volvería a salir de allí con vida. Los de seguridad le quitaron todos sus
efectos personales antes de franquearle la entrada a la sección número 5 de
Delitos Contra la Moral y el Decoro.
- ¿También
me van a requisar el móvil?- preguntó a los funcionarios, que por toda
respuesta precintaron el dispositivo en una bolsa de plástico transparente.
Como esperaba, cuando se sentó en el banquillo de los
acusados su abogado aún no había hecho acto de presencia. Abogado de oficio,
repetía constantemente en su cabeza. Como que no le inspiraba confianza
tratándose del tribunal del que se trataba.
- Póngase
en pie el acusado- pidió el que parecía más importante entre los tres jueces
inquisidores que acababan de tomar asiento en la tribuna a tres metros frente a
la sala.
Orden que obedeció el acusado mientras maldecía por lo bajo
al irresponsable de su abogado. El fiscal, ataviado con una impoluta sotana,
sonreía divertido al ver cómo Heriberto, incómodo, se retocaba la corbata. El
público, que atestaba la pequeña sala, guardaba silencio, esperando mientras un
muchacho vestido de frack ofrecía palomitas y chocolatinas diversas a euro la
unidad.
- Con la
venia, Señorías- dijo el fiscal poniéndose en pie.- No sé qué estrategia han
planeado aquí el señor Moria y su abogado, pero me permito recordarles que ya
llevamos diez, qué digo diez: quince minutos de retraso y esto no es serio a la
par que digno. Pido permiso para proceder.
- ¡Alto
ahí! Mis disculpas. Pido perdón a tan ilustre tribunal por mi retraso- gritó el
letrado de la defensa mientras, de paso, resbalaba y se daba de bruces contra
el suelo.
Dos agentes de la Inquisición le ayudaron a levantarse y a
recoger unos cientos de hojas que se le habían desparramado por el suelo.
- Gracias,
señores.- Se acercó a su cliente e hizo una reverencia a los jueces con tanto
ímpetu que perdió el equilibrio y no volvió a caer porque el acusado le echó
mano a tiempo.- Gracias, gracias. Amigo mío, no se disguste que ya está aquí su
salvador.
Colocó todas las hojas encima de la mesa y estuvo
rebuscando entre ellas.
- Puede
sentarse el acusado- rugió el juez mayor-. Aquí mis ayudantes- señaló a los
otros dos jueces, cada uno a un lado suyo-me han facilitado el sumario de este
proceso.
Mostró a todos una carpeta que, por volumen, podría contener
unos dos mil folios. Heriberto lo observó, luego miró de reojo los pocos cientos de hojas entre las que
seguía rebuscando su defensor.
- Abogado-le
susurró al oído-. Éstos tienen más hojas que nosotros.
- Bastantes
más. Me he traído las pruebas de otro juicio que tengo esta tarde. No se apure,
soy un experto en el arte de la improvisación.
El otro agachó la cabeza y fijó la vista en la mesa. Volvió
a intervenir el juez:
- Es el
turno del acusado para confesar los delitos de los que se le acusa. Nos
gustaría recordarle que la confesión puede significar una importante diferencia
en la pena que se le imponga.
- Protesto,
Señorías-dijo el abogado defensor al tiempo que se ponía en pie-. Aquí mi
cliente, que ya ven que no rompe un plato, aún desconoce los delitos de los que
se le acusa.
Moria alzó la cabeza, como empujado por un resorte:
- ¿Ah,
que se me acusa de más de uno?
El letrado, por toda respuesta, se llevó el índice a los labios
para que se callara.
- Siéntese,
abogado. Ya se nos había olvidado que usted es desconocedor del funcionamiento
de los tribunales del Santo Oficio, pero también esperábamos que se documentara
antes para poder realizar su trabajo.
- Sí,
sus señorías- respondió el abogado. Puso todos sus folios en un montoncito y lo
señaló-. Lo tengo justo aquí, página diecisiete.
El acusado palideció y volvió a agachar la cabeza.
- Señor
Moria, este tribunal le da la oportunidad de confesar todos los delitos de Fe y
Moralidad que ha cometido. Nosotros nos comprometemos a aliviar su pena si se
arrepiente sinceramente.
Moria miró a los tres jueces de uno en uno, pero fijó más
su atención en el mayor, que era el único que hablaba y que parecía ser el
mandamás.
- Abogado,
proteste o algo, que me empluman- dijo por lo bajo.
- ¿Eh?-
cerró la tapa del móvil cuando se dio cuenta de que su defendido le estaba
hablando-. Ah, sí, sí.- Se puso en pie enérgicamente-. ¡Protesto, Señorías!
Enérgicamente, y un poco más, si se me permite.
- Denegada.
Haga el favor de sentarse y deje hablar al acusado.
- Por
supuesto, sus ilustres ilustrísimas-. Se sentó de nuevo y sacó el móvil. Se dio
cuenta de que su cliente le observaba mientras enviaba un mensaje de texto-. Ya
ve que lo he intentado, pero no hay nada que hacer. Confiese y a lo mejor le
conmutan la pena.
- ¿Y
bien, acusado? Estamos esperando.
Heriberto se puso en pie y se santiguó, a ver si eso
ayudaba.
- Señorías,
señor fiscal, respetable público…confieso que hace una semana que no voy a la
iglesia. Aunque, dicho sea de paso, tengo un justificante médico que está en
poder de mi abogado. Bueno, aunque se lo ha dejado en casa. Y también he tenido
pensamientos impuros con mi vecina la del quinto, que a veces saca la basura en
camisón y yo la observo por la mirilla. Si su marido se entera me arranca la
cabeza, porque es como un oso el tío. Aparte de estos pecadillos no recuerdo
haber hecho nada digno de mención contra la Iglesia Católica y Apostólica
Romana.
- Siéntese
el acusado. Tome nota, secretario. Turno de la defensa.
El abogado pegó un salto al oírse mencionado.
- Con la
venia, señorías. Deseo tomarle declaración a un testigo de la defensa.
- Proceda.
- Quiero
llamar a declarar a Yónatan, el mejor amigo del reo. El Yona, para los amigos.
- Agentes,
hagan pasar al testigo.
El testigo, un hombre moreno de casi dos metros de
estatura, entró en la sala escoltado por un alguacil que lo llevó a su asiento.
- ¿Jura
decir la verdad y toda la verdad, en el nombre de la Santa Iglesia Católica?
- Lo
juro.
- Siéntese,
señor Yona…Yónatan- dijo el juez mayor y a continuación se dirigió al abogado
de la defensa-. Su testigo.
- Gracias,
Ilustrísimas. Buenos días, Yona.
- Buenas.-
Miró al juez-. ¿Por qué me ha guiñado el ojo este señor?
- Proceda,
abogado. Testigo, concéntrese en responder.
- Gracias,
Señoría-dijo el defensor-. Señor Yona, ¿hace mucho que conoce usted a mi
defendido?
- Uffff,
un paquetón de años.
- ¿Diría
usted que el acusado es ateo?
- ¿Ateo,
el Herbert? ¡Qué va! Se pasa el día rezando, el tío.
- Cuénteme
un poco cómo es el día a día del señor Moria.
- Se
levanta por la mañana. Reza. Se ducha. Reza. Desayuna. Reza. Se va a trabajar.
Come. Sigue trabajando. Sale de trabajar. Se va a casa. Reza. Se acuesta. Y así
todos los días. Siempre se comporta de modo responsable y respetable. El otro
día evitó que una mujer se suicidara arrojándose a los jabalíes en el Paseo de
la Florida, ahí cerca de Vallobín. Cuándo le pregunté por qué lo había hecho me
dijo que suicidarse va en contra de la Santa Madre Iglesia. Un beato, el tío.
- Señorías-
continuó el abogado-, me gustaría que tomen ustedes nota de las declaraciones
del testigo.
- Así se
hará.
- No hay
más preguntas, Señorías.
- Señor
fiscal, ¿desea interrogar al testigo de la defensa?
- Por
supuesto, Señorías.
- Señor
abogado, puede sentarse.
Antes de sentarse, el defensor le estrechó la mano al Yona,
y nadie, aparte de ellos dos, se dio cuenta de que le acababa de pasar un
billete de cincuenta euros que el testigo se guardó con disimulo.
El fiscal se acercó al estrado.
- Con la
venia, Sus Señorías.
- Proceda.
- Señor
Yónatan. Me alegra que tenga usted amigos tan respetables.
- Gracias.
- De
nada. Y dígame: ¿en qué trabaja don Heriberto?
- Es
administrativo en una oficina del centro, ahí por donde la calle Uría.
- ¿A qué
hora sale a comer?
- No sé,
a eso de la una o así.
- ¿Suele
llevarse una tartera para calentar la comida?
- No,
muchas veces come en el restaurante kebap de la esquina.
- ¡Ajá!
Tomen nota, Señorías: ¡restaurante kebap!
- ¡Protesto,
Señorías!- gritó Heriberto.
- Acusado,
cállese y siéntese. Sólo el abogado de la defensa y el fiscal pueden protestar.
- Disculpe,
Excelencia- dijo. Le dio un codazo a su defensor-. Proteste, hombre.
- Protesto,
Señorías.
- ¿Y
ahora por qué?
- Señorías,
no entiendo la relación que tiene el menú de mi cliente con los delitos que se
le imputan o imputen.
- Denegada.
- Ya ve,
Heriberto, me tienen atado de pies y manos- comentó el abogado a modo de
disculpa.
- Puede
continuar, fiscal.
- Don
Yónatan, ¿qué suele comer su amigo en el restaurante kebap?
- Durum
de pollo o ternera. Es un personaje el Herbert.
- ¡Ajá!
Señorías, quiero que tomen nota de que el acusado, por algún motivo que
desconocemos, nunca pide durum de cerdo para comer.
- Anotamos.
- Señor
Yónatan- prosiguió el fiscal-, ¿puede decirnos si alguna vez ha visto usted en
persona rezar a su amigo?
- Sí, claro,
lo hace en cualquier momento y en cualquier lugar. A buena parte con él. Se lo
he dicho, es un beato.
- ¿Podría
usted decirnos cuál es el ritual que sigue don Heriberto a la hora de rezar?
- Pues
consulta el reloj, o le suena la alarma del móvil, y allí donde esté da varias
vueltas hasta que elige la orientación idónea. Se arrodilla en el suelo y se
pone como a murmurar. Cuando se le pasa se pone en pie y sigue con lo que
estaba haciendo.
- ¡Eso
es mentira!- gritó el reo.
- Acusado,
no le volvemos a avisar: solamente su abogado puede…
- Vale,
vale, perdón-. Le dio un codazo al defensor-. Diga algo, hombre.
El abogado se puso en pie:
- ¡Eso
es mentira!, dice mi defendido.
- ¡Está
usted llamando mentiroso al testigo? Me permito recordarle que los testigos
juran ante Dios decir la verdad, y poner en duda la palabra de un testigo se
castiga con una pena de cien latigazos. ¿Se reafirma usted?
- Sí, Señorías.
Me reafirmo en que el testigo dice la verdad-. Heriberto le sujetó de la
pernera del pantalón y parecía querer protestar-. Cállese, hombre. Que soy de
nalga sensible.
- Proceda,
fiscal.
- No hay
más preguntas, Señorías. Sólo un pequeño comentario para conocimiento del
testigo, que no estaba en la sala desde el comienzo de la vista. Sepa usted que
su querido amigo espía a su mujer por la mirilla.
El Yona fulminó a Heriberto con la mirada. El fiscal se
acercó a estrecharle la mano al testigo, y nadie, excepto el reo y su abogado,
se percató de que le pasaba un billete de quinientos euros que se guardó con
disimulo.
Heriberto Moria le dio un codazo a su defensor:
- Le ha
dado más que usted- le susurró.
El juez mayor volvió a tomar la palabra:
- Puede
bajar del estrado, testigo.
- ¿No me
van a dar más? Que diga, ¿no me va a interrogar nadie más?
- Baje
del estrado.
- Sé más
trapitos sucios de otros vecinos.
- Váyase,
testigo.
- Sí,
señoría.
Cuando el testigo abandonó la sala los tres jueces formaron
un corrillo y estuvieron murmurando algunas palabras ininteligibles. El juez
mayor volvió a dirigirse al fiscal:
- Es el
turno de la acusación. ¿Desea usted hacer subir algún testigo al estrado?
- Si Sus
Señorías me dejan, y además me lo permiten, me gustaría llamar al testigo
protegido número 1.
El reo palideció y conminó a su abogado a inventarse alguna
argucia.
- Déjelo
en mis manos- le tranquilizó-. Señorías, ¿puedo solicitar un receso?
- Es muy
irregular. ¿Y a qué se debe?
- Estoooo,
eh- miró a su cliente, su cliente le miró a él, y se volvieron a remirar. De
repente sonrió y le hizo un gesto tranquilizador a Heriberto, al tiempo que se
dirigía al tribunal-. Que mi cliente quiere rezar."
Cita con la Historia/22.LA INQUISICIÓN por malpharus